Publicado en XYZ

Aún llevamos cera en la suela de los zapatos cuando ya los estamos manchando de albero por encima. En las casas cuelgan los trajes de gitana mientras se llenan de alcanfor las túnicas. Algunos, bastantes, siguen con su eterno pregón de Semana Santa a compás de sevillanas. Las bolas de cera adornan las estanterías de las niñas junto a una flor de tela a juego con un mantocillo. El sonido de las bambalinas se va transformando en tintineo de cascabeles, el martilleo de los llamadores suena a herraduras recién colocadas de mulillas con un fondo de castañuelas, el incienso se esfuma para oler a claveles solaperos y los terciopelos rojos se cambian por lonas a rayas. Pero es que Sevilla es asín. Sin remedio… Una ciudad que llora aplaudiendo, que canta ronca, de palmas sordas, bailes zalameros para hacer el amor, rezos de campanas, exageraciones normales y tan suya como de nadie. Un libro de instrucciones deberían dar a todos los que vengan de fuera antes de entrar, por allí por Despeñaperros. No sé si es bueno o malo, regular o peor. En Sevilla diez minutos son dos horas, igual que dos horas te han parecido diez minutos. Se presume hasta del calor, porque tener 50 grados es tener algo. Y a caballo regalao… Se llama “ioputa” a los amigos, “mamona” a las amigas y “quillo” a cualquiera que pase. Se dice nasnoshe, nosdíasnosdeDió, tesquillá y condió.

Ciudad de contrastes y dualismos eternos. Sevilla – Betis, Triana – Sevilla, dos Esperanzas, dos orillas y ahora dos torres. ¡Lo que faltaba! Menos mal que Sevilla Este está lejos, dicen…
Una ciudad de contrastes tan rápidos que los sentidos se agilizan y corren para ir de un sitio a otro apresurados. Sin quebrarse, acostumbrados. Y vayan preparándose porque en breve estamos llenando de vino el trascón del carro y pa Huelva.
Un auténtico sin vivir para vivir. Porque en Sevilla hay que morir.